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Canibalismo en Argentina


Que nadie se alarme pues los hechos se remontan al 30 de marzo de 1996 –justo el sábado anterior al Domingo de Ramos, fecha en que daba comienzo la Semana Santa de ese año-. Ocurrió en Sierra Chica, en el Partido de Olavarría, Provincia de Buenos Aires, en el Unidad Penal nº 2 donde un grupo de reclusos se amotinó ese día provocando una de las más criminales y cruentas historias carcelarias de los últimos años en la República Argentina.


Hace unos días, esta noticia, volvió a saltar a las rotativas de los principales periódicos nacionales debido a que uno de los implicados en el motín, Marcelo Cristian Vilaseco Quiroga, de 44 años, ha vuelto a ser detenido por la DDI de Merlo debido a que era buscado por el presunto autor del asesinato de Claudio Garnica, de 39, cometido a finales octubre del año pasado, en una precaria casa con techo de chapa ubicada en la calle Lourdes y Pearson, de esa localidad.

Quiroga, que fue miembro de “Los 12 Apóstoles” -como se bautizó entonces a los reclusos amotinados-, resultó detenido durante el allanamiento de una vivienda de la calle Pedro Benoit al 300, de barrio Parque San Martín, de Merlo, por efectivos policiales. En el momento de su detención, este peligroso delincuente, era portador de un revólver marca “Ruby”, de fabricación española, cal. 38”.


El detenido quedó a disposición del fiscal Sergio Dileo de la UFI 6 de Morón, quien lo indagará como sospechado por el homicidio criminis causa de Guernica y por portación ilegal de arma de guerra, supresión de numeración de objeto registrable y resistencia a la autoridad, dijeron fuentes judiciales a la agencia Télam.


El crimen que se le adjudica fue descubierto el 25 de octubre pasado tras una llamada anónima en una vivienda situada en las calles Lourdes y Pearson, del barrio Parque San Martín, en Merlo. Al parecer, dijeron los voceros, Vilaseco Quiroga solía frecuentar al dueño de esa casa, donde incluso ocasionalmente se quedaba a dormir.


El cadáver de Guernica fue encontrado golpeado con un objeto contundente y atado del cuello y los tobillos a una cama, al tiempo que de su vivienda se detectaron faltantes, lo que orientó la pesquisa a un homicidio cometido durante un robo. Una vecina que declaró en la causa aseguró que a la última persona que vio salir de la casa fue a Vilaseco Quiroga, por lo que los investigadores comenzaron a buscarlo, aunque logró mantenerse prófugo hasta ayer.


Pero volvamos la memoria atrás y centrémonos en aquel terrorífico sábado 30 de marzo de hace ya 20 años.

Un caso que conmocionó a la opinión pública argentina e internacional

Han pasado 20 años pero aquellos lamentables sucesos no se pueden olvidar. Es más: cada vez que se nombra el penal de Sierra Chica vuelven a la mente no sólo las imágenes sino también, la memoria de los muertos y otros recuerdos. Y los olores, aquellos olores nauseabundos después de los ocho días de terror que se vivieron en la legendaria cárcel de máxima seguridad que está apenas a 12 kilómetros de la bella y tranquila ciudad de Olavarría y a 350 al sudoeste de Buenos Aires.


Después de que un grupo de reclusos amotinados -tras ver frustrado su intento de fuga-, se adueñara por la fuerza del penal dio comienzo la acción que pasaría a engrosar los anales más lúgubres de la historia negra argentina.

La pesadilla dio comienzo por la tarde del sábado 30 de marzo y terminó, ocho días después, el 7 de abril de aquel lejano año de 1996, justo en el Domingo de Pascua. Primero fue la angustia que se vivía afuera con los familiares de los presos mezclados con los de los guardias. Todos ellos agolpados en el primer acceso a la vieja prisión que fue inaugurada en 1882. Madres, hijos, esposas de guardias y amotinados, durmiendo algunas noches al raso, sufrían con la escasa información que les llegaba a través de aquellos altos muros de piedra que les separaban de lo que ocurría en el interior.


Al día siguiente, 1º de abril, empezaron los asesinatos de otros internos miembros de una banda rival. Las primeras informaciones decían que podrían ser unos 30 en total los ejecutados. Se dijo entonces que la cabeza decapitada de uno de ellos fue utilizada cono pelota para jugar al fútbol. También se dijo que la carne de los muertos -triturada e incinerada en el horno de la panadería del penal- sirvió para hacer empanadas, guisos y pastel de papas que luego fueron ingeridas por algunos de los rehenes y el resto de la población reclusa.


Esos eran los rumores que corrían por el exterior de la cárcel. A ello había que sumarse el temor por la suerte de los 17 rehenes que mantenían en su poder entre los que habían guardias, el sub-director del penal, Juan Piorno, 2 pastores evangélicos y un médico además de la jueza de Azul María de las Mercedes Malere y de su secretario, Héctor Torrens, retenidos cuando entraron para negociar con los reclusos después de que el director del penal, Omar Jorge Palacios, les diese garantías que todo estaba controlado.


Cuando todo terminó los destrozos eran incalculables. En muchos lugares del complejo penitenciario todo era destrucción, escombros, cenizas, humo y olor a sangre y pólvora pero lo más impactante no fueron esas visiones ni las grandes cantidades de facas (cuchillas artesanales hechas clandestinamente por los presos) entregadas por los amotinados en el momento de su rendición a las fuerzas de seguridad, sino el escenario que se vio en el interior de la capilla donde cerca de 50 reclusos (todos del pabellón 10, el de los homosexuales) se habían refugiado por temor a ser violados y al evidente peligro que corrían sus vidas, entre ellos se encontraba el tristemente famoso “Ángel rubio” o “Ángel de la Muerte”, Carlos Eduardo Robledo Puch –que ha sido noticia en los últimos días-, el asesino serial más famoso de la Argentina de los últimos tiempos superando, incluso, la crueldad de otro asesino en serie, Cayetano Santos Godino, “el Petiso Orejudo”, cuya brutalidad asesina se remonta a principios del siglo XX.


Aquellos atemorizados reclusos permanecieron ocultos mientras que duró el motín. Con las puertas de madera de la capilla, atrancadas. Habían pasado los ocho días comiendo repollo crudo, el único alimento que pudieron conseguir.


Los cabecillas del “Motín de Sierra Chica”

Marcelo “Popó” Brandán Juárez; Jaime Pérez Sosa; Víctor Carlos “el Cabezón” Esquivel Barrionuevo; Jorge Alberto “el Kareta” Pedraza; Marcelo Alejandro González Pérez; Marcelo Cristian Vilaseco Quiroga, Carlos Alberto Villaba Mazzei; Carlos Gorostio Ibáñez, Héctor Daniel Galarza Nanini; Héctor Raúl Coccaro Retamar; Miguel Ángel “El Paraguayo Migua” Ruiz Dávalos, Oscar Nélson Olivera Sánchez; y Miguel Ángel “Chiquito” Acevedo Barrionuevo fueron los 13 presos que, en un principio –pues hubo más cabecillas-, encabezaron el motín iniciado el 30 de marzo de 1996 y al que luego se le unieron unos centenares de internos más.


Paralizaron el país durante ocho días en aquella Semana Santa de 1996. Tomaron como rehenes a 17 personas, entre ellas una jueza y su secretario que habían ido a negociar su rendición. Protagonizaron una cacería humana que terminó con al menos ocho muertos (otras versiones hablaban de unos 30 cifra totalmente exagerada aunque sí que hubo 8 heridos, algunos de gravedad). Descuartizaron sus cuerpos, jugaron a la pelota con la cabeza de una de sus víctimas e incineraron los cadáveres en el horno número 1 de la panadería del penal para después cocinarlos e ingerirlos como empanadas (más tarde se supo que el horno no se usó más, fue la forma de confirmar lo que habían hecho allí).


Las ocho víctimas pertenecían a la banda de los “arruina guachos” liderada por el “buchón” (soplón de los guardias) Agapito “Gapo” Lencina Aquino, facción enfrentada a la de Marcelo Brandán Juárez y Jorge Alberto Pedraza, cabecillas principales del levantamiento. Los asesinaron a balazos y cosieron a puñaladas.. Luego, les prendieron fuego. Las víctimas, además del “Gapo” fueron: Mario “el Viejo Rolo” Barrionuevo Vega (al que le sacaron los ojos y se los pusieron sobre su pecho), Palomo Esteban “el Nippur” Polieschuck, Víctor “el Gordo” Gaetán Coronel, Daniel “el Indio” Niz Escoba, Julio Aquiles Maillet Navarro y Luis “el viejo Chiche” Romero Almada. El último asesinato se cometió el día 2 cuando José Cepeda Pérez, perseguido por un grupo de amotinados, cruzó un patio a la carrera y logró refugiarse en un puesto de guardia. Los amotinados amenazaron con tomar represalias inminentes contra los rehenes que llevaban en andas. Entonces los guardiacárceles devolvieron a Cepeda Pérez al interior del penal, contra su voluntad y por medio de la fuerza. El preso fue acuchillado a metros del puesto de guardia.


El jefe de la guardia de seguridad externa de la cárcel, Bernardo Yanos, dijo en el juicio haber olvidado tan terrible episodio que, según varios testigos, ocurrió a no poco más de cinco metros de donde él se hallaba. Ese “olvido ¿involuntario?” de su memoria le trajo, en un principio, algunos problemas. Los fiscales lo acusaron de omitir la verdad y pidieron que se le procesara por falso testimonio. Fue uno de sus pares, aunque con una responsabilidad más alta en la Fuerza, quien terminó de complicarlo. Julio Barroso, director de Construcción y Mantenimiento del Servicio Penitenciario provincial, estuvo en el penal durante el motín y después se quedó un mes haciendo la investigación interna, declaró, que la persona que le había avisado sobre la muerte de Cepeda había sido Yanos. Y que hasta le había comentado que los guardias habían entregado al preso. Barroso, además, aportó algunas de las historias escalofriantes que ocurrieron aquellos días en la cárcel. Contó que durante una llamada telefónica a otra cárcel, el amotinado Víctor Esquivel le mandó decir a un preso que Agapito Lencina -un preso asesinado durante el motín- había terminado al horno y con fritas. También contó que a través de los presos supo que los líderes del motín accedieron a que un pastor evangelista diera un oficio religioso ante los cuerpos descuartizados de Lencina y otras víctimas. Y que al cadáver de otro de los presos, Mario Barrionuevo Vega, le sacaron los ojos y se los colocaron sobre el pecho.


Los días posteriores

Los días siguientes fueron todos iguales. Cada tanto los amotinados, encapuchados y armados con facas, les mostraban los rehenes a las autoridades y a los periodistas. El 7 de abril a las dos de la tarde, llegaron a un acuerdo con el Gobierno bonaerense (los doce apóstoles fueron trasladados a la cárcel de Caseros, en la Capital), liberaron a los rehenes y entregaron el penal. Nadie quería contar ni recordar lo que había pasado ahí dentro.


Según declararon algunos reclusos, testigos directos de los hechos, después de descuartizar los cuerpos, los amotinados jugaron al fútbol con la cabeza de Agapito Lencina, según una versión pues existe otra que indica que se trataba de la cabeza de Víctor Gaetán, lugarteniente del “Gapo”. Más tarde los descuartizaron y metieron todos los pedazos en el horno reduciéndolos a cenizas. Sin embargo, otros testigos aseguraron que con algunos cuerpos de los cadáveres hicieron empanadas que ingirieron ellos mismos y luego obligaron a comerlas a sus rehenes.


El juicio


El lunes 7 de febrero del 2000 empezó el juicio por el motín de Sierra Chica en Melchor Romero. Era la primera vez que un tribunal se instalaba en un penal de alta seguridad dada la peligrosidad de los 24 acusados. Pesaban sobre ellos los delitos de: homicidio simple, privación ilegítima de la libertad calificada, tentativa de evasión y tenencia de armas de guerra, entre otros.

Los encerraron en una jaula, detrás de un vidrio blindado, separados entre ellos porque tenían cuentas pendientes. Estaban a más de cien metros de la sala donde estaban los jueces, fiscales, abogados y testigos. Los rodearon agentes del grupo GEO, del Servicio Penitenciario y un escuadrón de perros policía. Casi cien hombres vigilaban a los acusados. Se desplegaron una docena de móviles policiales y dos helicópteros para seguir los traslados, se cortaron las calles adyacentes y se invirtió una gran suma en todo el operativo.


Iban a ser juzgados por un tribunal improvisado porque los magistrados de Azul donde estaba radicada la causa, se excusaron. Se convocó al juez civil Adolfo Rocha campos, al de Tandil Pablo Galli y al abogado Héctor Rodríguez. Los jueces creyeron que manteniéndolos lejos del recinto los declarantes dirían lo que sucedió en el penal, pero hasta los Testigos de Jehová habían sido amenazados. Los Apóstoles se encargaron de infundir miedo en todos los involucrados.


Un antiguo dicho carcelario que dice: "Calla preso, que el silencio es tu libertad"


Entre los que prestarían testimonios habían más de cien presos. La mayoría respondió las preguntas con monosílabos. Los internos veían a los acusados como los hombres que vencieron al sistema y mejoraron la vida de los reclusos. Muchos de los que declararon mintieron, era gente que buscaba promoción por la enorme cobertura mediática.


Una instalación de fibra óptica les permitía a los acusados ver y escuchar el juicio. Algunas historias fueron tan fantásticas que hasta se rieron de lo que oían. Los Apóstoles no se defendieron. Hicieron un voto de silencio para no perjudicarse. Se atuvieron a un antiguo dicho carcelario que dice "Calla preso, que el silencio es tu libertad".


El único que declaró fue Chiquito Acevedo. El primer día del juicio salió de la celda y dijo: "No somos las fieras que la prensa está vendiendo. Queremos decirles a nuestras familias que no somos lo que el Servicio Penitenciario dice".


Germán Belizán Sarmiento, que colaboró en las negociaciones para entregar el penal, no estuvo en la jaula. Lo sentaron en la sala como testigo, aunque era acusado. Lo que pasaba es que su vida corría peligro porque los Apóstoles se enteraron que durante el motín fue espía del Servicio Penitenciario. Declaró y acusó a todos. Contó que rol tuvo cada uno, quienes portaban armas, etc. El Paisano Luján, al igual que los carceleros, reivindicó a Agapito Lencina y hasta lloró.


La jueza María de las Mercedes Malere llegó con un traje azul. Era la estrella del juicio. Tal vez conocedora de la ansiedad de la prensa por conocer su versión, se mostró parca en sus contestaciones y distante con los jueces, como si quisiera irse lo más rápido posible, Los rumores de que había sido violada aumentaban el morbo colectivo. María no se hizo cargo de tales cosas. Acusó a los jefes del Servicio Penitenciario Bonaerense de haberla engañado, ocultándole, antes de entrar al penal, que los presos estaban armados. "Me dieron una versión distorsionada de los hechos. Me dijeron que estaba todo tranquilo".


El 10 de Abril los jueces dictaron sentencia. El fallo, de 212 hojas, condenó a Jorge Pedraza, Juan Murgia, Marcelo Brandán, Miguel Ángel Acevedo, Victor Esquivel y Miguel Ángel Ruiz Dávalos a reclusión perpetua más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado por secuestro, homicidio, tenencia de armas e intento de evasión.


Ariel Acuña, Héctor Galarza, Leonardo Salazar, Oscar Olivera, Mario Troncoso, Héctor Coccaro, Jaime Pérez y Carlos Gorosito Ibáñez fueron condenados a 15 años por secuestro. A Daniel Ocanto lo castigaron a trece años. A Lucio Bricka a doce, le bajaron un año por haber defendido a la jueza. A Guillermo López Blanco le dieron por cumplidos los seis meses de condena por el tiempo de prisión preventiva. Alejandro Ramírez fue absuelto.


Veintidós testigos, incluidos guardias del Servicio Penitenciario quedaron al borde de un juicio por falso testimonio que nunca se llevó a cabo.


Situación actual de “Los doce Apóstoles”­: La cabra siempre tira al monte


Les llamaron “Los doce Apóstoles” pero fueron más de esa cantidad. A fecha 31 de marzo del presente año.se encuentran presos: Jorge Alberto Pedraza, que sigue cumpliendo su condena; Marcelo Brandán Juárez que sorprendentemente obtuvo la libertad en octubre de 2010, tres meses después volvió a ser detenido por asalto y secuestro; Carlos Ángel Gorosito Ibáñez, que se fugó años después de una cárcel provincial en Mendoza y fue detenido en julio de 2013 en una causa de tráfico de drogas; Ariel “Gitano” Acuña Mansilla que había recuperado la libertad y en mayo de 2015, la Policía lo detuvo acusado de lesiones y otros delitos; Gustavo Javier Arin, que también obtuvo la libertad y luego fue detenido acusado de liderar una banda de piratas del asfalto; Lucio “Lucho” Bricka Puebla, quien luego de ser puesto en libertad fue acusado de delitos en varias ocasiones y su última detención públicamente conocida fue en junio de 2015, durante un operativo antidrogas realizado en Mar del Plata.


Miguel Ángel “el Panadero” Acevedo Barrionuevo murió en abril de 2007 sin haber abandonado la prisión, víctima de dos puntazos en el pecho y el abdomen durante una reyerta entre internos; Rubén Darío “Cica” Ocanto Ramírez, que fue puesto en libertad, era cartonero y había intentado cambiar su vida, murió asesinado de cinco tiros el 23 de diciembre de 2013 en Villa Oculta, uno de los barrios más peligrosos del oeste santafesino; Guillermo “el Gallego” López Blanco falleció de un infarto pocos meses después que se fallara la causa y Leonardo “Leo” Salazar falleció por SIDA.


La “rara avis”, única excepción


Juan José Murgia Canteros fue liberado del penal de Campana y asegura haber abandonado la delincuencia y trabaja de “remisero” en La Plata.

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