Sorpresas que Cristina oculta a Macri
El tiempo y la forma de la cumbre de Cristina con Macri no conforman un buen presagio para la transición. El kirchnerismo pretendería fiscalizar al macrismo con dureza. Aníbal y Zannini son candidatos para la Auditoría.
Cristina Fernández cumplió con los rituales políticos forzados por el desenlace del balotaje. El lunes recibió a Daniel Scioli, con una módica generosidad que nunca demostró en la campaña. Al lado estuvo Carlos Zannini, por supuesto. La mandataria no desearía ninguna expresión de desbande ostensible en su espacio político hasta después del 10 de diciembre. Hizo como si nada hubiera pasado el último domingo, amén de una derrota a la que consideró “digna”. Con un volumen de votos aceptables para ejercer la resistencia.
Al atardecer de ayer se juntó a solas con Mauricio Macri. Se trata del presidente electo con quien debe coordinar la transición. El tiempo es corto. Las formas y la duración del encuentro no constituyeron ningún buen presagio. Cristina escuchó poco al ingeniero sabiendo que traía novedades. Su decisión, por ejemplo, de pedir el alejamiento de Alejandro Vanoli, del Banco Central; de Alejandra Gils Carbó, de la Procuración General, y de Martín Sabbatella, de la AFSCA, el organismo que fiscaliza los medios de comunicación.
Este agregado tuvo como prólogo una conversación de Macri con su futuro titular del Sistema Nacional de Medios, Hernán Lombardi. Aquellos tres funcionarios habían manifestado la vocación de permanecer aún con la irrupción de un gobierno opositor. La abstinencia de poder aterra a los K.
La soledad de Cristina y Macri impide todavía conocer la profundidad de esa charla. Con seguridad la Presidenta no debe haber confesado nada de todo lo que evaluó, un día antes, con Scioli y Zannini. El secretario General hizo un pronóstico poco halagüeño sobre las dificultades que tendría la administración nacional del PRO. Utilizó incluso alguna palabra descalificadora. Nunca refirió, en cambio, a que la inmensa mayoría de esas dificultades estarían originadas en la “década ganada” que terminará en días más.
La Presidenta recibió a Macri mal impresionada por otros anuncios del ingeniero. Su afán con ser implacable en la lucha contra la corrupción. Un tema que había estado ausente en la agenda de campaña. Pero que figuraría entre las demandas de los ciudadanos que lo votaron. A ellos debe resguardar antes de ir a la caza de aquellos que, tapándose quizás la nariz, optaron por Scioli.
Cristina tendría entre manos tres cosas. Por un lado, pretende que Juliana Di Tullio continúe luego de diciembre a cargo del bloque de diputados del PJ. Habrá sido por su tatuaje en el cuello que replica una de las tantas frases presidenciales de la época para explicar su éxito presunto: “No fue magia”. No serían esos los únicos méritos de la gritona Di Tullio. Ha jurado, además, que piensa seguir reportando sólo a Cristina. Aun cuando decida residir en El Calafate. También ordenó que Axel Kicillof, el ministro de Economía, quede a futuro a cargo de la Comisión de Presupuesto. Guerra en puerta contra el macrismo.
Hay otro hilo en toda esa trama. La diputada fue clave y arrastró al titular de la Cámara, Julián Domínguez, para la designación de los camporistas Julián Alvarez y Juan Ignacio Forlón en la Auditoría General de la Nación. Esos nombramientos fueron invalidados por la Justicia.
Cristina no querría ser, en la oposición, menos que Macri en el combate de los corruptos. Un cambio evidente de conducta respecto de lo que hizo en el Gobierno. La AGN está ahora conducida por el radical Leandro Despouy. Desde ese organismo denunció innumerables irregularidades de la administración K. La más recordada resultó la descripción calamitosa del estado de los ferrocarriles, apenas semanas antes de la tragedia de Once que dejó 51 víctimas.
La AGN tiene entre sus facultades la fiscalización de la gestión en la administración pública. Por ley, su conducción corresponde a un dirigente de la oposición. Cuando Macri asuma estará obligado a permitir la designación de un kirchnerista. Con la mayoría simple de Diputados y el Senado. Que las tienen.
A partir de ese momento el organismo deberá auditar la última parte del gobierno de Cristina. Es decir, todo el 2015. Luego arrancarían con el 2016. De allí el empeño por designar a Alvarez y Forlón y buscar al hombre indicado para sustituir a Despouy. ¿Cuál podría ser ese hombre? El primer apuntado fue Mariano Recalde, el titular de Aerolíneas Argentinas. Pero andaría flojo de antecedentes. Otro aspirante de la grilla es Zannini. En las últimas horas sonó fuerte Aníbal Fernández. El jefe de Gabinete en la futura dirección de la AGN sería un incordio cotidiano para Macri.
Claro que Aníbal tendría sus problemas. Los diputados macristas empezaron en las últimas horas a desempolvar papeles. El ex intendente noventista de Quilmes está involucrado en una causa resonante –el manejo de los fondos de Fútbol Para Todos– que sustancia la jueza María Servini de Cubría. Y que alumbró a partir de un informe de la AGN de Despouy. El camino para su encumbramiento no sería por lo visto sencillo.
Tampoco nadie sabe si Cristina se comprometió con Macri a no continuar con las designaciones en áreas del Estado a pocos días de su despedida. El Boletín Oficial se ha convertido en un interminable listado cotidiano de conchabos estatales. Algunos de los ministerios en los cuales se registran mayores desembarcos son Justicia y la Cancillería. Ayer Macri notificó un giro en la lógica del manejo diplomático de la década K: Susana Malcorra conducirá en su gobierno la política exterior.
La mujer se desempeña desde el 2012 como secretaria del titular de la ONU, el surcoreano Ban Ki moon. El objetivo primario sería enviar una señal de próxima apertura a países que quedaron en la banquina de la consideración kirchnerista. En especial, de la Unión Europea. Malcorra posee, para esa tarea, su currículum. Pero nadie conocería aún su destreza para rehacer un Ministerio de Relaciones Exteriores que fue destartalado por Héctor Timerman y La Cámpora. Cristina viene colaborando, con empeño, en esa tarea.
En las últimas semanas ha designado a diez embajadores en sedes diplomáticas que durante años permanecieron vacantes. En otros catorce casos dispuso relevos para ocupar los cargos. ¿Estará Malcorra al tanto de semejante situación? ¿Pensaría en un vicecanciller que se pudiera ocupar únicamente, al inicio, del ordenamiento interno y de quebrar el sistema camporista?
Es cierto que la designación de embajadores insume un tiempo relativamente largo. Por lo menos, hasta que el país anfitrión le concede el plácet. Según los casos, llevaría entre dos y tres meses. La futura canciller, que asume en 16 días, tendría facultades para interrumpirlas con una resolución interna. Y someterlas a una revisión. Para que eso ocurra se requerirían tres condiciones: poseer cabal conocimiento del estado de la Cancillería; tener una férrea determinación política; actuar con mucha rapidez. No parecería poca cosa.