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Entre Berlín y Moscú: el horror en Europa, 1933-1945


Más de 25 millones de seres humanos fueron despiadada y sistemáticamente asesinados entre los años 1933 y 1945 por las políticas genocidas y criminales de Hitler y Stalin teniendo como escenario el teatro europeo. ¿Por qué será que a los comunistas más recalcitrantes, prosoviéticos y retrógrados, les escuecen tanto las mucosidades cuando se les recuerdan las famosas purgas de Stalin y sus millones de muertos? ¿Por qué siempre tratan de defenderse argumentando rápidamente que más gentes mataron el fascismo y el capitalismo?


Hace años que me hago esta pregunta: ¿por qué los comunistas estalinistas y prosoviéticos son los mayores defensores del negacionismo del Holocausto? Otras corrientes doctrinales e ideológicas, generalmente de corte neofascista, se han apuntado también a la defensa del negacionismo. Asimismo, algunas tendencias fundamentalistas islámicas defensoras de la terrorista yihad también lo han hecho. Pero ¿por qué la izquierda actual -la mal llamada progresista-, se alinea con las tesis estalinistas y fundamentalistas islámicas en cuanto al negacionismo y, por ende, con los neofascistas? ¿Será que tienen que tapar sus vergüenzas impúdicas y la forma más cómoda para ellos es negar lo innegable sin importarles con quien comparten su hoja de ruta? ¿Será que nunca han sido tan distintas las tesis de ambas tendencias ideológicas y que tienen muchos puntos en común?


Bien es sabido que uno de los motivos principales es el odio ancestral que sienten todos ellos hacia el pueblo judío en general lo cual les lleva a levantar constantemente infundadas calumnias sobre el supuesto “genocidio” que el Estado de Israel está cometiendo en Gaza y otras poblaciones árabe-palestinas. Pero ¿y el resto de víctimas que también las hubo?


Tierra de sangre


Poco antes del comienzo de la II Guerra Mundial, nazis y soviéticos culminaban su feliz idilio con la firma, el 23 de agosto de 1939, del Tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, más conocido como «Pacto Ribbentrop-Mólotov» en reconocimiento a los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov firmantes del mismo.


El tratado contenía cláusulas de no agresión mutua, así como un compromiso para solucionar pacíficamente las controversias entre ambas naciones. A ello se agregaba la intención de estrechar vínculos económicos y comerciales, así como de ayuda mutua. No obstante el tratado contenía también unas cláusulas secretas (sólo para conocimiento de los jerarcas de ambos gobiernos y no reveladas al público) donde el Tercer Reich y la Unión Soviética definían prácticamente el reparto de la Europa del este y central fijando los límites de la influencia alemana y soviética mediante mutuo acuerdo, determinando que Polonia quedaría como "zona de influencia" que se repartirían entre ambos estados, mientras que la Unión Soviética lograba que Alemania reconociese a Finlandia, Estonia y Letonia como "zonas de interés soviético" y, más tarde, también Lituania. También se comprometían a consultarse mutuamente sobre asuntos de interés bilateral y a no participar en cualquier alianza formada en contra de alguno de los estados firmantes.


Pero pronto llegó el divorcio entre ambos sistemas totalitarios y dictatoriales cuyo único interés común era el de su propia hegemonía sobre la Europa vencida, diezmada y ocupada, así como la eliminación sistemática de aquellos que fueran contrarios a sus doctrinas ideológicas o integrantes de lo que ellos consideraban razas inferiores y por lo tanto proclives a su exterminio.


Fuera por uno u otro motivo, ambos sistemas, utilizaron el genocidio para intentar conseguir sus propósitos mutuos. Y eso es lo que ha traído a debate y levantado ampollas en los círculos del rojerío internacional, la polémica suscitada por el libro «Tierra de Sangre, Europa entre Hitler y Stalin» del escritor y ensayista norteamericano Timothy Snyder (*), publicado por el Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia. 2011. 669 pp., y, recientemente, reeditado en español por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.


En él, el propio autor, define el contenido de su obra con estas diáfanas palabras, meridianamente claras y concisas: «Catorce millones es la cifra aproximada de personas asesinadas por políticas intencionadas de asesinato masivo implementadas por la Alemania nazi y la Unión Soviética en las tierras de sangre. Defino las tierras de sangre como territorios sujetos al poder policial tanto alemán como soviético y asociados a las políticas de asesinato masivo en algún momento entre 1933 y 1945». Poco hay que añadir a lo que expone este audaz escritor a sabiendas que cualquier cosa que se diga será motivo de réplica por parte de aquellos que niegan sistemáticamente la democracia aunque hagan uso de ella para sus propios fines. Me refiero tanto a fascistas, como a comunistas o a yihadistas fanáticos islámicos. Todos son los mismos perros aunque dispongan de distintos collares.


Las cifras del oprobio nazi-comunista


Antes de continuar adelante con el análisis que expongo en este artículo quiero dejar bien claro mi posicionamiento personal con respecto a este tema. No se trata de debatir si fueron más o menos los millones de seres humanos asesinados por la barbarie nazi-comunista, o si fueron mayor número de judíos o no judíos las víctimas del Holocausto antes, durante y después de la II Guerra Mundial. Dando por sentada mi convicción personal de que más de seis millones de judíos fueron asesinados en los campos de concentración y exterminio nazis, y que otros ocho millones de seres humanos fueron masacrados en la contienda bélica tanto en las ciudades bombardeadas por los países beligerantes durante la misma como en los campos de batalla y en sus respectivas retaguardias, nada hay que justifique, o pueda justificar, la matanza masiva de seres humanos en pos ni de ideologías perversas ni de siniestros intereses socio-políticos y económicos. Se trata, pues, de un crimen de lesa humanidad de esos que tanto gustaba procesar el ex magistrado-juez señor Garzón siempre y cuando, tales atrocidades, estuvieran cometidas por individuos o ideologías distintas a sus convicciones como ha venido a demostrar su trayectoria personal en sus sucesivas actuaciones profesionales.


En este libro (“Tierra de sangre”), su autor, trata de diferenciar sin que medie, quede claro, justificación alguna, que las muertes entre los internados en campos de concentración como trabajadores-esclavos condenados a trabajos forzados, las cámaras de gas u otros medios de exterminio; las muertes por inanición premeditada ocurridas en la Rusia soviética y en la Europa ocupada; la represión en las retaguardias incluidos los asesinatos por motivos políticos o religiosos, así como la muerte de civiles no beligerantes en los sucesivos y criminales bombardeos aliados de uno u otro bando, en lo que hoy en día es definido con el eufemismo de “víctimas colaterales” como si en una contienda de esas magnitudes se pudiese aplicar tan sarcástico adjetivo, no pueden, de ninguna manera, ser soslayadas u obviadas.


Vistas así las cosas, el tema central del libro lo constituyen cinco casos específicos de exterminio políticamente motivado, a saber:

  1. la hambruna de 1932-1933 derivada de la colectivización de la agricultura en la Unión Soviética, particularmente en Ucrania;

  2. el Gran Terror de 1937 y 1938 en la misma Unión Soviética; la matanza de oficiales y ciudadanos polacos por alemanes y soviéticos entre 1939 y 1941, principalmente en el episodio conocido como las Fosas de Katyn;

  3. la muerte de civiles y soldados soviéticos y polacos a manos de la Alemania nazi en concepto de inanición planificada (como en Leningrado), represalias por actividades de resistencia (acciones partisanas, sublevación de Varsovia) y prisioneros de guerra abandonados al hambre, al frío y a la enfermedad;

  4. el exterminio de judíos como resultado de la eufemísticamente denominada «Solución Final», entre 1941 y 1945.

Hay que señalar que Snyder aborda también otros episodios de muertes multitudinarias y temas conexos, como las muertes debidas a trabajos forzados en campos de concentración alemanes o a medidas de limpieza étnica (deportación de alemanes durante la guerra y después de ella, por ejemplo), o la cuestión del antisemitismo de cuño estalinista y la tergiversación de la historia por el ocultamiento de la especificidad judía de las víctimas del Holocausto (planteamiento en la línea del estudio de Antonella Salomoni, «La Unión Soviética y la Shoah» en cuya entradilla reza un verso del poeta ruso Evgueni Evtushenko: «Sobre Babi Yar no hay más que las voces de las hierbas salvajes»); pero, aunque Snyder les dedique sendos capítulos, tales cuestiones son abordadas de modo secundario o marginal, no por minimizar el horror de aquellas muertes o la importancia de estos temas sino por rigor conceptual –metodológico–: se trata de situaciones que no obedecen a un programa de asesinato masivo directo y premeditado. Algo que si se echa a faltar en análisis de su libro son las masacres ocurridas en ambos bandos de la Guerra Civil española en el periodo de 1936 a 1939 así como en la etapa posterior a la contienda.


Es muy difícil cuantificar exacta y exhaustivamente la cifra real de asesinados cometidos tanto por la Alemania nazi como por la Rusia estalinista soviética. Pero ¿por qué aquella barbarie? ¿Qué la provocó? La respuesta es bien sencilla, Hitler no sólo deseaba destruir al pueblo judío por completo, sino devastar Polonia y la Unión Soviética, "exterminar sus clases dominantes y matar a decenas de millones de eslavos". Por su parte, Stalin, en nombre de la defensa y la modernización de la URSS, supervisó la muerte por inanición de millones de personas. "Stalin mataba a sus conciudadanos con tanta eficacia como Hitler eliminaba a ciudadanos de otros países", sentencia el historiador norteamericano en su obra. Pero Stalin, no solamente ordenó la muerte por inanición de centenares de miles, de millones de personas, también recurrió a la ejecución y exterminación sistemática -por más que les duela a los gallitos de pelea de los rojos corrales-, de centenares de miles de conciudadanos soviéticos o de los países ocupados por ellos, a los que se les acusaba de ser desafectos al régimen y, por ende, a la revolución bolchevique de octubre de 1917. La sucesora del GPU, la NKVD -la policía política precursora del KGB, dirigida por la férrea mano de Laurenti Paulovich Beria-, y por medio de sus «checas», ejecutó a centenares de miles de ciudadanos, civiles y militares, en lo que se vino a conocer como las «purgas de Stalin» las cuales le sobrevivieron teniendo al propio Beria como víctima cuando fue ejecutado personalmente, según algunas fuentes, por Nikita Kruschev el 23 de diciembre de 1953 bajo la acusación de haber intentado asesinar al propio Stalin cuando es de sobra conocido que fue su mano derecha y completamente fiel a los deseos de quien fuera su jefe inmediato, su amo.


Europa, el teatro de la muerte y la desolación


El estudio que realiza Snyder en su libro se detiene en los aspectos militares, políticos, económicos, sociales, culturales e intelectuales. Y, por supuesto, geográficos. No en una geografía política, sino en una geografía de las víctimas. Porque el corazón de la investigación de Snyder es demostrar cómo estas tierras no fueron un territorio político, sino los lugares donde los regímenes más crueles de Europa llevaron a cabo su más mortífera obra.


Cuando comienza la II Guerra Mundial, los soviéticos ocupan los países bálticos y Polonia oriental; a continuación, con la operación Barbarroja, los alemanes invaden la URSS, en 1941, es decir, ocupados por segunda vez; y triple ocupación, cuando el poder soviético vuelve en 1944. Una experiencia peligrosa y mortal.


Según sus cálculos, el régimen estalinista asesinó a unos seis millones de personas deliberadamente y el régimen nazi a 11 millones. "Si añadimos a todas estas personas aquellas que perecieron por enfermedad o hambre en los campos de concentración, el número aumenta a alrededor de nueve millones de personas más para los soviéticos y unos 12 millones para los alemanes", aclara el historiador.


Naturalmente, a esos números estremecedores hay que sumar la muerte de los militares en la contienda. "Estas son una responsabilidad alemana", señala Snyder para destacar la liquidación nazi. Curiosamente, esta fue también la parte del mundo más mortífera para los soldados: alrededor de la mitad de las bajas militares de la contienda cayeron allí, en la Europa oriental y en Rusia.


Belzec, Sobibor, Chelmno, Treblinka, Auschwitz, Mauthausen, Bergen-Belsen, Theresienstadt, Majdanek y otros fueron los territorios del eje del mal. Lugares en los que se aceleró el exterminio masivo a partir de 1941, cuando la guerra no iba como Hitler había imaginado. Y todavía podía haber sido más horrible: la versión original de la «solución final» de Hitler debía tener efecto después de la guerra. Con la victoria alemana, Hitler, preveía la aniquilación de "cerca de 30 millones de civiles, que habrían muerto de hambre durante el primer invierno". "El riesgo de asociar esto al mal es que lo deshumanizamos y dejamos de entender lo que los humanos somos capaces de hacer", advierte Snyder.


Por si todo esto fuera poco, por si se pensaba que las fotografías y filmaciones de los campos de concentración alemanes eran la cúspide del espanto, Timothy Snyder las califica de "atisbo" del pánico. Porque nadie pudo dar testimonio de las "tierras de sangre". "Las fuerzas británicas y estadounidenses liberaron campos de concentración alemanes como Belsen y Dachau, pero nunca llegaron a ninguno de los centros de exterminio importantes", añade, para señalar que la verdadera dimensión de las matanzas ha tardado en llegar y otras se han perdido. Los crímenes del estalinismo quedaron sin documentar y las fuerzas aliadas "nunca vieron ninguno de los lugares donde los alemanes perpetraron sus mayores masacres". Y, aun así, nadie puede olvidarlos ni negarlos.


Conclusiones, si es que el horror puede tenerlas


El enfoque temático tiene su propia relevancia, y esto es lo que mejor justifica la elaboración –y la lectura– de este maravilloso libro. Sucede que, para el autor, las tierras de sangre constituyen el escenario de los peores crímenes del nazismo y el estalinismo, la región en que ambos sistemas coincidieron e interactuaron con toda su perversidad olvidándose, por cuestiones metodológicas, de las perversidades cometidas por nazis y soviéticos durante la Guerra Civil española tal y como comenté en su momento. «Las tierras de sangre –afirma el autor- son importantes no solamente porque la mayoría de las víctimas fueron sus habitantes, sino también porque fueron el centro de las principales políticas que llevaron al asesinato de habitantes de otras regiones». Si en la preguerra la URSS llevaba la delantera en materia de crímenes, la transmisión e interacción de los dos sistemas -como aliados primero, y como enemigos mortales, después-, desató un potencial aniquilador que se ensañó en el escenario europeo como en ningún otro lugar de la Historia de la Humanidad. Es el caudal de víctimas habidas en ese escenario compartido lo que permite dimensionar la sistemática capacidad destructiva del nazismo y el estalinismo. En definitiva, es lo que permite perfeccionar el estudio comparativo de ambos regímenes, crucial para la comprensión del siglo XX. En este marco, Snyder asume como referentes fundamentales a la pensadora judía Hannah Arendt y al escritor ruso Vasili Grossman, pioneros, cada uno a su modo, en la tentativa de comprender ambos fenómenos de manera conjunta: Arendt, aportando una visión genérica que reúne los dos regímenes bajo la designación de «totalitarismo» (véase «Los orígenes del totalitarismo», 1951); Grossman, posicionando los crímenes del nazismo y el estalinismo en un terreno común (más que geográfico, más que ideológico, un terreno ético e histórico: cfr. «Vida y destino» y «Todo fluye»).


Semejante enfoque global es lo que justifica la incorporación del Holocausto en un contexto amplio de campañas de exterminio masivo en un mismo escenario temporal y espacial. Bastante énfasis pone el autor en la singularidad de las víctimas judías y en la desvirtualización de su desgracia por el comunismo de la Guerra Fría.


La Polonia de posguerra asume proporciones importantes en el libro, en particular por el intento de exagerar el papel de los comunistas –reinvención del levantamiento del gueto de Varsovia como presunta revuelta nacional polaca dirigida por comunistas, si bien hay que reconocer que muchos de los judíos sublevados en el gueto eran de esa ideología– o por exagerar el número de víctimas polacas no judías. Cierto es que la ausencia de tropas estadounidenses y británicas en Europa oriental y la bajada del Telón de Acero dificultó durante mucho tiempo la correcta percepción de lo ocurrido en esa zona de Europa. La versión soviética de la guerra procuraba hacer olvidar que Stalin y Hitler fueron alguna vez aliados; al régimen soviético le era también menester escamotear la identidad de los judíos exterminados. La perspectiva conjunta de Snyder es, pues, contraria al desdibujamiento y trivialización del Holocausto por parte del bloque comunista, al que, en palabras del autor, le «bastaba una sola modificación, la inmersión del Holocausto en un recuento general del sufrimiento, para colocar por fuera aquello que había sido eje central en la Europa oriental: la civilización judía».


El sentido comparativo e integrador que anima el estudio de Snyder es de un rigor tal que no degenera en la formulación de patrones de causalidad (como aquel de «el Gulag es anterior a Auschwitz», en el libro «La Guerra civil europea» del historiador alemán Ernst Nolte), conducentes a argumentos rayanos en la exculpación y la justificación -afortunadamente, Snyder no es un Ernst Nolte de segunda mano-, como tampoco degenera en el trazado de equivalencias absolutas o empates a destajo (morales y demás) entre los dos regímenes en cuestión. Véase el siguiente ejemplo, relativo a las deportaciones: «La experiencia de los alemanes deportados al final de la guerra es comparable a la de los muchos más numerosos ciudadanos soviéticos y polacos que fueron deportados durante y después de la guerra. Sin embargo, la experiencia de los alemanes que huyeron, fueron evacuados o deportados, no fue comparable a la de los diez millones de ciudadanos polacos, soviéticos, lituanos, letones, judíos y otros que fueron sometidos a las deliberadas políticas alemanas de asesinato masivo. La limpieza étnica y el asesinato masivo, aunque relacionados en varias formas, no son lo mismo. Aun en los peores casos, los horrores sufridos por los alemanes que huían o durante las deportaciones no correspondían a políticas de asesinato masivo en el sentido de las hambrunas planeadas, la Purga o el Holocausto» (pp. 592-593). Cuestión de coherencia conceptual, cuanto menos. Aunque yo no la comparta.


Pero ¿hará falta decirlo?… El libro «Tierras de sangre» es la historia de un eterno agravio a la Humanidad, cuya lectura recomiendo especialmente al ex Magistrado-juez señor Garzón, ahora que tiene tiempo, si es verdad que tanto le preocupan los crímenes de lesa humanidad.


Jaime Bel Ventura

Publicado en octubre de 2010

Actualizado en enero 2016


PD: Si alguno de quienes leyera este artículo cayera en la tentación, muy común entre los gallitos de pelea rojos, de hacer una mera comparación con los crímenes cometidos por el capitalismo de la mano del MI6, del Deuxieme Boureau, de la CIA y, por ende, de los Estados Unidos, en Corea, Vietnam, Argelia, América Latina y otras partes del mundo, industrializado o no, les contestaré de ante mano que tampoco estoy de acuerdo con la política terrorista y expansionista yanqui o de cualquiera de sus aliados o no, ya sean de la OTAN, del Club Bilderberg o del grupo terrorista Gladio del que ya os anticipo estoy preparando un minucioso estudio analítico y de investigación que publicaré próximamente. Los criminales y los genocidas son exactamente iguales tengan la ideología que tengan y profesen la religión que profesen, otra cosa son las calumnias infundadas, interesadas y propagandísticas muy usuales en el mundo de la yihad islámica para la cual todos somos infieles y nuestros cuellos dignos de ser cercenados por la limpia espada de Alá.


NOTAS

(*) Timothy Snyder (1969, EE.UU.) es historiador, doctorado en Oxford, profesor de Historia en la Universidad de Yale. Especializado en historia de la Europa central y oriental, ha publicado diversos artículos y libros sobre la materia. Colaboró con el fallecido Tony Judt en su obra póstuma, «Thinking the Twentieth Century» («Ideas del siglo XX», en español, una historia de las ideas del siglo pasado publicada en 2011). «Tierras de sangre» es el primer libro de Snyder traducido al castellano.


Bibliografía y fuentes:

Tierras de Sangre

La Unión Soviética y la Shoah

Laurenti Beria

La guerra civil europea















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