top of page

Un éxodo del que se habla muy poco


SS Saint Louis


El 23 de marzo de 1933, Europa y el mundo entraban en las brumas de la Historia. Con la subida del partido nazi al poder, una larga noche tenebrosa iba a empantanar los cielos de la Humanidad prolongándose en un largo y triste periodo de doce años hasta que el 30 de abril de 1945, con el ejército soviético a las puertas del bunker de la cancillería, Adolf Hitler –dicen- se descerrajó un tiro en la sien después de haber observado, impávido, como su amante Eva Braun, con la que se había casado el día anterior, ingería una cápsula de cianuro que el mismo le había entregado.


El mundo se había librado al fin –eso dicen- de un monstruo asesino que puso a la Humanidad en jaque y al Planeta al borde del colapso total.


Los comienzos de esa larga noche


Desde 1923, Hitler y sus prosélitos del partido nazi, tenían como objetivo la construcción de un imperio (Reich, en alemán) libre de judíos a los que insidiosamente culpaban de todos los males que afectaban a Alemania: el paro, la crisis económica, los desórdenes políticos, las huelgas, el comunismo. No dudaron los secuaces del Führer en utilizar contra el pueblo judío todos los medios violentos y propagandísticos a su alcance alentados por los discursos incendiarios de su líder y de aquellos apóstoles del terror que le seguían como esquizofrénicos sumisos: Göring, Hess, Himmler y Goebbels.


Cuando tomó el poder absoluto en el año 1933 –pues si bien había sido elegido por el 44% de los votantes, el pueblo jamás le otorgó tanto poder, él lo arrebató defenestrando al viejo mariscal Hindenburg y al canciller conservador Von Papen- ya tenía clara la idea de lanzar a Alemania hacia una guerra total que la resarciera del Tratado de Versalles que puso fin a la I Guerra Mundial y que solo beneficiaba a Francia e Inglaterra como potencias emergentes. También había previsto el tratamiento que pensaba dar a las minorías raciales, en especial a los judíos de esa Europa que sólo él, en sus delirios mesiánicos, vislumbraba. Y lo dejó por escrito en un funesto libro que tituló «Mi Lucha» (Mein Kampf, en alemán).


En esa vorágine de odio desatado contra los judíos de Alemania -tan alemanes como el resto de sus conciudadanos-, el 2 de abril de ese mismo año, es decir, ocho días después de haber asumido Hitler la cancillería alemana, los nazis lanzaron un boicot contra médicos, abogados, maestros y comerciantes de origen judío. A los seis días de ese boicot se aprobaba la “Ley para la Restauración del Servicio Profesional Civil”, prohibiendo a los judíos ejercer como funcionarios del gobierno del nuevo Reich.


Con la aplicación de estas leyes, los judíos, directa o indirectamente, fueron alejados de posiciones de nivel superior quedando reservadas, únicamente, para los alemanes de raza aria. A partir de entonces, los judíos se vieron obligados a trabajar en los puestos de menor categoría, por debajo de los no judíos, pero lo peor aún estaba por venir.


La eliminación de opositores y las Leyes de Núremberg


Después de haber asegurado su liderazgo asumiendo la cancillería y la presidencia tras la muerte, el 2 de agosto de 1934, del mariscal Hindenburg, Hitler ordenó eliminar físicamente a todos aquellos que se le podían oponer incluidos los de dentro de su propio partido. Aprovechó, entonces, la reunión anual del partido nazi del año 1935 en Núremberg, para promulgar una serie de leyes de pureza racial que vinieron a cambiar el mapa social de Alemania y, por ende, de los territorios que se había anexionado ante la mirada impasible y cobarde de los gobernantes del viejo Continente.


Esas leyes vinieron a discriminar a todos aquellos que, en el más puro concepto hitleriano, no formaban parte de la Volksgemeinschaft, la comunidad popular alemana. Por un lado estaban los alemanes puros, los de raza aria, y por el otro, los que eran ciudadanos a exterminar en un futuro próximo e inmediato. En ese grupo, evidentemente, estaban los no alemanes, los gitanos, los homosexuales, los elementos políticos “asociales” enemigos del Reich, los discapacitados físicos o mentales y, ¡cómo no!, los judíos.


En septiembre de ese año se aprobó la “Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes” que impedía el matrimonio mixto entre judíos y no judíos dando por anulados los matrimonios de esas características celebrados anteriormente a esa fecha. En noviembre se promulgó la “Ley de Ciudadanía del Reich” que convertía a los judíos y al resto de “indeseables del régimen” en “ciudadanos residentes carentes de todo derecho civil”.


Entre los años 1937 y 1938, se promulgaron nuevas leyes discriminatorias para los judíos alemanes y de los países ocupados. En marzo de 1938 se aprobó una ley que impedía otorgar contratos del gobierno a las empresas judías; en agosto, se obligó a los judíos que añadiesen a su nombre el de Israel, si eran varones y, el de Sara, si eran mujeres; en septiembre se prohibió a los médicos arios tratar a pacientes que no lo fueran; y en noviembre, se prohibió la asistencia de niños judíos a las escuelas públicas del Reich.


En abril de 1939, casi todas las empresas propiedad de judíos habían quebrado bajo la presión financiera y el descenso de los beneficios, o habían sido “persuadidos” a mal venderlas al gobierno nazi. Esto no solo redujo aún más los derechos humanos a los judíos, sino que en todos los aspectos fueron oficialmente separados del resto de sus conciudadanos alemanes.


La conferencia de Evian


Desde aquel fatídico día de 1933 cuando el pueblo alemán otorgó su confianza en Hitler, hasta el 1 de septiembre de 1939 en que daba comienzo una de las guerras más sangrientas, crueles y devastadoras de la Historia, más 350.000 judíos intentaron huir de Austria y Alemania buscando cobijo en los países occidentales vecinos los cuales empezaron a ver con mucha cautela y recelo la oleada de refugiados que preveían se les podía venir encima, especialmente después de la madrugada del 9 al 10 de noviembre de 1938 en la que se desató un pogromo salvaje que pasó a la historia con el nombre de “la Noche de los cristales rotos” –Kristallnacht, en alemán-.


Dado que el flujo de judíos que partían hacia un exilio forzado -debido a la grave situación que vivían en su propio país-, iba en aumento progresivo, los jefes de Estado de 32 países se reunieron, entre los días 6 y el 15 de julio de 1938, en el Hotel Royal de Évian-les-Bains, Francia, por iniciativa del presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt cuyo país ya había acogido ya a más de 85.000 refugiados entre marzo de 1938 y septiembre de 1939.


Además de los Estados Unidos como país promotor de la conferencia, se reunieron los representantes de Noruega, Dinamarca, Suecia, Suiza, Brasil, Argentina, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Chile, Países Bajos, República Dominicana, Canadá y Australia, entre otros. También asistieron representantes de la Agencia Judía, del Congreso Judío Mundial y de la Organización Sionista Revisionista, siendo dos de las personalidades destacadas de la representación judía las de Chaim Weizman y Golda Meir, que serían, años después, presidente y Primera Ministro del Estado de Israel respectivamente. No faltó a la cita una representación oficial de la Sociedad de las Naciones y de su Comité de Ayuda a los Refugiados.


El drama de los refugiados o la hipocresía de Occidente


Aunque algunos países, como EE.UU., por ejemplo, ya habían acogido ya a miles de refugiados judíos, las leyes de inmigración solamente permitían la entrada en sus distintos países de un número mucho más reducido que la cantidad de personas –judías o no- que buscaban asilo político.


Más de 50.000 judíos alemanes migraron a Palestina durante los años treinta bajo los términos del Acuerdo de Transferencia (HaAvara, en hebreo) gestionado, junto a las autoridades británicas, por la Histadrut -la Federación General de Trabajadores de la Tierra de Israel-, sin embargo, esas mismas autoridades británicas del Mandato de Palestina pusieron severas limitaciones a través de su «Libro Blanco» aprobado por el Parlamento Británico a las nuevas corrientes migratorias. Vistos los impedimentos y, sobre todo, la alineación de los árabe-palestinos, liderados por el Gran Mufti de Jerusalén, con los nazis lo que no hizo más que engendrar una violencia añadida a la ya existente en el territorio palestino, decenas de miles de judíos alemanes, austriacos, y polacos emigraron a Shanghái, China, uno de los pocos lugares del Planeta en el que no se exigía ni requería visado de entrada.


En el transcurso de la Conferencia de Evian, ningún país excepto la Republica Dominicana estaba dispuesto a aumentar las cuotas de inmigración. En 1939, tanto Cuba como los Estados Unidos se negaron a admitir más de 900 refugiados judíos que habían viajado a bordo del transatlántico de bandera alemana “Saint Louis” desde Hamburgo, Alemania. El barco fue obligado a volver a Europa donde muchos de los pasajeros retornados fueron enviados a campos de concentración y de exterminio donde perecieron la gran mayoría de ellos. Familias enteras fueron asesinadas sin que los responsables políticos contrarios a las teorías de Hitler hicieran nada por evitarlo.


Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras los informes del genocidio nazi se filtraban a los aliados, el Departamento de Estado norteamericano no aflojó sus límites estrictos de inmigración. A pesar de las restricciones de los británicos, una cantidad limitada de judíos pudo entrar en Palestina durante la guerra a través de la inmigración (Aliyah Bet, en hebreo) pero de forma ilegal. Gran Bretaña mismo limitó su admisión de inmigrantes entre 1938 y 1939, aunque el gobierno británico sí permitió la entrada de alrededor de 10.000 niños judíos en un programa especial de transporte de niños, llamado “Kindertransport”. En la Conferencia de los Aliados en las Bermudas en 1943, no se adoptó ninguna propuesta concreta para el rescate y acogida de refugiados judíos a pesar de ser conscientes de la suerte que correrían, inexorablemente, sus vidas.


Suiza acogió, aproximadamente, a 30.000 judíos, pero rechazó a miles más en la frontera. España admitió un número ilimitado de refugiados a los que concedió la ciudadanía española si demostraban ser sefardíes o descendientes de ellos. También, el gobierno del general Franco, les permitió a los judíos de otras nacionalidades transitar por el país hasta el puerto portugués de Lisboa. Desde ahí, miles consiguieron viajar a los Estados Unidos por barco en los años 1940 y 1941, aunque bastantes miles no lograron obtener visas de entrada a los Estados Unidos.


Terminada ya la guerra, cientos de miles de sobrevivientes encontraron asilo en campos administrados por los aliados. En los Estados Unidos, las restricciones de inmigración seguían en efecto. La inmigración a Palestina (Aliyah, en hebreo) seguía severamente limitada. Los británicos internaron en campos de detención en Chipre -entre 1945 y 1948- a inmigrantes que querían trasladarse a Palestina a los que consideraba ilegales. La mayoría de ellos pudieron entrar en Israel gracias a la valentía y el coraje de los hombres y mujeres de la Haganá, que a despecho de sus propias vidas lograron salvar la de muchos miles de refugiados y sobrevivientes judíos.


Con la creación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, los refugiados judíos entraban a raudales a ese estado soberano nuevo. Los Estados Unidos admitieron, entre 1945 y 1952, la entrada de 400.000 refugiados, aproximadamente un veinte por ciento de ellos sobrevivientes judíos del Holocausto.


El viaje maldito del Saint Louis


En la primera quincena de mayo de 1939, concretamente el día 13, el buque mercante de pasajeros “Saint Louis” zarpó del puerto de Hamburgo, en Alemania con rumbo a La Habana, en Cuba. A bordo viajaban 937 pasajeros. La mayoría de ellos eran judíos que huían del III Reich, casi todos ellos ciudadanos alemanes y austriacos, otros eran europeos orientales y unos pocos eran oficialmente apátridas.


Muchos de esos pasajeros tenían la pretensión de entrar en los EE.UU. después de hacer una corta estancia en Cuba, sin embargo, ignoraban en esos momentos que, dada la situación política por la que atravesaba la isla, serían retornados de nuevo a Europa, algo de lo que sí estaban al corriente el Departamento de Estado de los Estados Unidos en Washington, el consulado estadounidense en La Habana, algunas organizaciones judías y diversas agencias de refugiados, incluida la Sociedad de las Naciones.


Desde la amarga “Noche de los cristales rotos”, los nazis intentaron acelerar al máximo el ritmo de expulsión y de emigración forzosa de los judíos alemanes. Von Ribbentrop, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, y Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Reich, esperaban ansiosos la negativa de los distintos países a admitir a nuevos emigrantes judíos lo que contribuiría sobremanera en los objetivos antisemitas del régimen nazi y del exterminio de todo un pueblo.


Los mismos consignatarios del buque “Saint Louis”, que hacía la línea regular entre Alemania y América, sabían de la posibilidad de que los pasajeros tuvieran problemas a la hora de desembarcar en Cuba, pero los pasajeros, que tenían en su poder certificados de descarga emitidos por el Director General de Inmigración cubano, desconocían que ocho días antes de que el barco zarpara, el Presidente cubano Federico Laredo Bru había emitido un decreto que invalidaba todos los certificados de desembarco. En esos momentos, para entrar a Cuba, era necesario contar con una autorización por escrito de la Secretaría de Estado y de Trabajo cubana y el pago de una tasa de 500 U$D. Curiosamente, los turistas de EE.UU. estaban exentos de pagar la tasa.


Muchos fueron los medios de comunicación que se hicieron eco del drama por el que estaban pasando los refugiados judíos incluso mucho antes de que el barco zarpara con un destino incierto. La derecha cubana cuyos sentimientos estaban muy cercanos a las tesis hitlerianas exigían a su gobierno que impidiera la admisión de nuevos refugiados judíos, noticias que eran comunicadas por la prensa norteamericana y europea.


Sin quererlo, los pasajeros que iban a bordo del “Saint Louis” iban a convertirse en víctimas propiciatorias de las luchas internas de los miembros del gobierno cubano que acusaban a Manuel Benítez González, Director General de Inmigración cubano de hacerse con coimas por la venta fraudulenta de certificados de desembarque. Era de todos sabido que cobraba alrededor de 150 U$D por certificado y las estimaciones realizadas por otros miembros del gabinete decían que había amasado una fortuna superior a un millón de dólares USA. También se veía implicado el Coronel Fulgencio Batista, jefe del ejército cubano e intimo amigo de Benítez. Este militar corrupto llegaría a la presidencia de Cuba unos años después. Sin embargo Benítez a pesar de estar apoyado por Batista se vio en la obligación de dimitir.


El 27 de mayo, el “Saint Louis” puso proa a la bocana del puerto de La Habana. Una vez atracado en el muelle, las autoridades portuarias únicamente permitieron desembarcar a 28 pasajeros entre los cuales había cuatro españoles y dos cubanos, los otros veintidós eran de distintas nacionalidades y todos ellos tenían la documentación en regla. Ninguno de ellos era judío.


A pesar de la importancia que tenían las gratificaciones económicas, los factores de mayor peso en la isla eran la corrupción de los funcionarios y su lucha por el poder. Cuba estaba pasando por unos momentos críticos en el terreno económico y muchos cubanos estaban resentidos con el alto número de refugiados que ya se encontraban en la isla, incluidos 2.500 judíos, a los que veían como competidores para los escasos recursos económicos y laborales con los que contaban.


La hostilidad contra la inmigración tenía dos raíces muy profundas: un racismo exacerbado y un antisemitismo feroz. La creciente aversión venía alimentada por la cantidad de agentes nazis que se movían libremente por la isla, asi como por los movimientos locales de la derecha cubana con claras tendencias filonazis. La prensa de La Habana y la de provincias no hicieron más que azuzar los resentimientos de las gentes al asegurar que todos los judíos eran comunistas que habían sido expulsados de la Alemania nazi por tratarse de “agitadores políticos indeseables”.


A raíz de esos informes que emitía por la prensa sobre la inminente llegada del barco alemán y los pasajeros que en él venían se convocó la mayor manifestación conocida en Cuba hasta aquella época. Más de 40.000 cubanos salieron a las calles con la consigna de “luchar contra los judíos hasta echar al último". Esa muestra de rechazo tuvo tintes institucionales al estar promovida por el ex presidente cubano Grau San Martín. El desarrollo de la misma también fue ofrecido radiofónicamente por la emisora estatal cubana.


Un día después de la arribada a puerto, el 28 de mayo, Larry Berenson, un abogado que llevaba la representación del Comité Judío Americano para la Distribución Conjunta (JDC, en sus siglas en inglés) llegó a Cuba para negociar en nombre de los pasajeros del “Saint Louis” que aún se hallaban a bordo. Berenson había sido presidente de la Cámara de Comercio cubano-estadounidense por lo que tenía amplios conocimientos del mundo empresarial cubano. Por medio de sus amistades en la isla consiguió ser recibido por el presidente Bru el cual se negó al desembarque de pasajeros salvo que pagaran una tasa adicional de 500 U$D por cabeza lo que venía a hacer un montante de 435.000 U$D, Berenson hizo una contraoferta que fue rechazada de plano por el presidente Bru el cual rompió cualquier posibilidad de nuevas negociaciones y ordenó que el barco zarpara inmediatamente de sus aguas jurisdiccionales.


El capitán del “Saint Louis”, Gustav Schroeder, obedeció la orden y puso el barco rumbo a Florida en los EE.UU. Navegaban tan cerca de la costa que los pasajeros podían ver en la oscuridad las luces que se reflejaban desde Miami por lo que enviaron un telegrama al Presidente Franklin D. Roosevelt para solicitarle asilo y refugio. Roosevelt jamás respondió al telegrama. El Departamento de Estado y la Casa Blanca ya habían decidido no permitirles la entrada en los Estados Unidos. Como respuesta diplomática el Departamento de Estado envió otro telegrama al barco en el que se decía que los pasajeros debían "esperar su turno en la lista de espera y luego cumplir con los requisitos necesarios para obtener el visado de inmigración para ser admitidos en los Estados Unidos", e instó al gobierno cubano a admitir a los pasajeros por razones “humanitarias”.


La Administración Roosevelt nada podía hacer contra su propia “Ley de Inmigración de 1924” que solamente permitía la expedición de 27.370 visados al año y si bien el presidente podía tomar medidas excepcionales dadas las circunstancias, optó por no hacerlo pues aunque la opinión pública norteamericana simpatizaba con los pasajeros del “Saint Louis”, la opción era políticamente incorrecta ya que a pesar de que estaban en contra de la política de Hitler, las huellas de la Gran Depresión de 1929 aún estaban presentes en una sociedad donde el desempleo, la falta de recursos y de trabajo había hecho estragos en las conciencias norteamericanas alimentando la xenofobia de sus gentes. Así las cosas, muy pocos eran los políticos que se atrevieran a desafiar los sentimientos de toda una Nación cuyo antisemitismo iba, día a día, en aumento.


Al tiempo que los pasajeros del "Saint Louis" buscaban asilo, el proyecto de ley Wagner-Rogers, que hubiera permitido la admisión de 20.000 niños judíos provenientes de Alemania independientemente de la cuota existente, fue rechazado por el comité de la Cámara de Representantes. El presidente Roosevelt guardó silencio en lo referente al proyecto de ley Wagner-Rogers y a la admisión de los pasajeros del "Saint Louis". Siguiendo la negativa del gobierno de los Estados Unidos de permitir el desembarque de los pasajeros, el "Saint Louis" regresó a Europa el 6 de junio de 1939. Las organizaciones judías -particularmente el JDC- negociaron con los gobiernos europeos para permitir que los pasajeros fueran admitidos en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Francia. Muchos de los pasajeros que desembarcaron de nuevo en la Europa continental más adelante se encontraron bajo el yugo nazi siendo su destino el que ya todos conocemos.


Comienza la ofensiva nazi en Europa


El 9 de abril de 1940, el ejército alemán comienza la ofensiva en toda Europa invadiendo Dinamarca y Noruega. Un mes más tarde, el 10 de mayo, invaden Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo. El 14 de junio, las tropas de la Wehrmacht se pasean orgullosas bajo las columnas del Arco del Triunfo de París, Francia ha caído sin apenas mediar lucha, prácticamente toda Europa está en llamas. Los refugiados judíos que habían huido del Reich en el "Saint Louis" y que habían encontrado refugio en Francia y en los Países Bajos estaban de nuevo en peligro inminente.


Las autoridades francesas, belgas y holandesas internaron a miles de refugiados alemanes, incluyendo docenas de los antiguos pasajeros del "Saint Louis". Las autoridades británicas internaron a varios de los antiguos pasajeros del "Saint Louis" en la Isla de Man y encerraron a otros en campos de Canadá y Australia. Muchos de los que se encontraban en Bélgica y en Francia fueron llevados a los campos de concentración franceses de Argelés-sur-mer, Saint-Cyprien y otros, donde coincidieron con refugiados republicanos de la Guerra Civil española.


Las autoridades francesas presentes en el continente firmaron un armisticio con Alemania dividiendo Francia en dos zonas. Una zona ocupada por los nazis y otra dirigida por el gobierno colaboracionista en Vichy. Los refugiados judíos en esa zona aún podían emigrar legalmente a los EE.UU. o a cualquier otra parte a través de la frontera de España. Después de octubre de 1941 todavía existía esa posibilidad a pesar de la prohibición de los nazis de que los judíos pudieran emigrar en los territorios que ellos habían ocupado. Algunos de los antiguos pasajeros del “Sant Louis” pudieron hacerlo a los Estados Unidos cuando les llegó el turno de la cuota de inmigración autorizada por los norteamericanos. Con todo, la preparación de un viaje de esta magnitud era complicada desde el punto de vista burocrático y exigía mucho esfuerzo, tiempo y dinero, sobre todo dinero pues tiempo y esfuerzo falta no les hacía.


Cualquiera que deseara ir a los Estados Unidos necesitaba un visado de inmigración del consulado estadounidense en Marsella, un visado de salida francés y visados de tránsito para España y, en su caso, también para Portugal. Los visados de tránsito sólo se podían obtener después de reservar un pasaje en un barco desde Lisboa, único lugar de partida de los transatlánticos en esos tiempos de guerra. Algunos refugiados lograron emigrar, incluso algunos de los miles que estaban presos en los campos de internamiento franceses. Pero en 1942, estas últimas rutas de huída desaparecieron cuando los alemanes comenzaron a deportar judíos de la Europa Occidental a los campos de exterminio ubicados en el Este.


Por lo tanto, al final, los antiguos pasajeros del "Saint Louis" vivieron experiencias similares a las de los judíos de la Europa Occidental ocupada por los nazis. Los alemanes asesinaron a muchos de ellos en los campos de exterminio. Otros se ocultaron o sobrevivieron años de trabajos forzados y algunos otros, hasta lograron escapar.


Los refugiados y Latinoamérica


La gran mayoría de países latinoamericanos estuvo relativamente a favor de la acogida de refugiados europeos durante el periodo comprendido entre los años 1918 y 1933. Sin embargó, tras la toma del poder del nazismo en Alemania, la resistencia oficial y popular de admitir nuevas corrientes migratorias que huían del terror nazi aumentó y se intensificó debido a la gran afluencia de peticiones que se dieron en un espacio tan corto de tiempo.


Entre los años 1933 y 1945, los gobiernos latinoamericanos solamente permitieron la entrada de aproximadamente 84.000 nuevos refugiados judíos en sus respectivos países, bastante menos de la mitad de los que habían acogido en el periodo anteriormente citado. Muchos debieron optar por entrar esos países a través de cauces ilegales.


Varias fueron las causas que motivaron la negativa de estos países a admitir nuevos refugiados judíos a través de sus fronteras, la principal –como dije anteriormente- fue el antisemitismo creciente entre las clases populares favorecidas mayoritariamente por los efectos que la Gran Depresión había dejado en el tejido social y laboral de esos países. La grave crisis económica hacía recelar de todos aquellos que viniesen del exterior a ocupar puestos de trabajo que solamente deberían de corresponder a sus connacionales. Además, la simpatía de algunos latinoamericanos de descendencia alemana por la ideología nazi y las teorías raciales hitlerianas también contribuyó al creciente antisemitismo.


En esa época de crisis económica posterior a la Gran Depresión, los líderes políticos latinoamericanos desarrollaron campañas populistas basadas principalmente en la regulación de la inmigración. Políticos o gobernantes que mostraron esa tendencia fueron Getulio Vargas, en Brasil; Roberto Ortiz, en Argentina; Arturo Alessandri, en Chile; Lázaro Cárdenas, en México, y Fulgencio Batista, en Cuba.


Estas actitudes observadas en los años ’30 por los políticos quedaron reflejadas en las leyes de inmigración que fueron introducidas en los distintos países, las cuales, cada vez fueron más restrictivas y xenófobas. Tal es el caso de México que instauró una nueva política de inmigración en 1937; Argentina, en 1938; y Cuba, Chile, Costa Rica, Colombia, Paraguay y Uruguay, que lo hicieron en 1939.


Los resultados de estas leyes fueron asombrosos. Argentina, que había permitido entrar a 79.000 inmigrantes judíos entre 1918 y 1933, solo admitió oficialmente a 24.000 entre 1933 y 1943. Otros 20.000 judíos entraron a la Argentina ilegalmente, cruzando la frontera desde países vecinos. Brasil permitió entrar a 96.000 inmigrantes judíos entre 1918 y 1933, pero solamente a 12.000 entre 1933 y 1941.


Cuba impide la entrada de inmigrantes judíos del Saint Louis


Así las cosas, en este clima tan arbitrario, las autoridades cubanas impidieron el desembarco de la mayoría de pasajeros del “Saint Louis” cuando atracó en el puerto de La Habana en mayo de 1939. Pero este incidente no fue aislado. Pasajeros de otros barcos como el “Orduña”, el “Flandre” o el “Orinoco” también vieron denegada la autorización para abandonar sus barcos e ingresar en territorio cubano.


Para empeorar las cosas, el gobierno de la Alemania nazi impidió a través de un decreto de 1941, que los judíos de los territorios bajo su control pudieran emigrar a Latinoamérica.


Esto facilitó la posibilidad de los no judíos de obtener visados de entrada a distintos países latinoamericanos. México expidió 16.000 visas de entrada entre los años 1933 y 1945 a los refugiados de la Guerra Civil española, y más de 1.400 visados a refugiados católicos polacos entre 1939 y 1941, mientras que solamente permitió la entrada de 400 judíos que huían de la persecución nazi. Brasil propuso tomar varios miles de refugiados no judíos de Finlandia y de otros territorios bajo control alemán, incluyendo católicos definidos como “no arios” bajo el sistema de clasificación racial de los nazis.


Hubo algunas excepciones a esta fría política de acogida. En la Conferencia de Evian sobre la crisis de los refugiados judíos, el Presidente de la República Dominicana, Leónidas Trujillo ofreció a admitir hasta 100.000 judíos en su isla a los que ofreció tierras en Sosuá -en la costa norte-, para que pudieran establecer un asentamiento agrícola.


A pesar del apoyo del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y del Departamento de Estado de los Estados Unidos, y de la inversión de una cantidad de dinero considerable por parte de judíos en los Estados Unidos, la República Dominicana dejó entrar a solamente 645 judíos desde 1938 a 1945 y la población de la colonia de Sosuá llego a su pico con 476 residentes en 1943. Sin embargo, las autoridades dominicanas expidieron alrededor de 5.000 visas a judíos europeos entre 1938 y 1944, aunque la mayoría de los destinatarios nunca echaron raíces en la República Dominicana. Ello no obstante, estos documentos fueron fundamentales para permitirles huir de la Europa ocupada por los nazis.


Menos conocida es la entrada de más de 20.000 refugiados judíos entre 1938 y 1941 a Bolivia. Fundamentales en esta iniciativa fueron los esfuerzos de Mauricio “Moritz” Hochschild, un magnate minero judío-alemán que controlaba un tercio de la producción mineral en Bolivia y que tenía lazos políticos con el presidente boliviano Germán Busch. Después de la Guerra del Chaco contra Paraguay (1932-1935), Busch trató de estimular la economía boliviana dejando entrar a inmigrantes europeos. Hochschild usó esta oportunidad para facilitar un movimiento regular de inmigrantes judíos alemanes y austriacos, que consiguieron visas a través de los consulados bolivianos en Zúrich, Paris, Londres, Berlín, y Viena. Los refugiados llegaban por barco a Arica, Chile, de donde eran llevados por tren hasta La Paz, Bolivia, en lo que vino a ser llamado el Express Judío. La Sociedad de Protección a los Inmigrantes Israelitas, o SOPRO, creada por Hochschild, tenía oficinas en La Paz, Cochabamba, Potosí, Sucre, Oruro, y Tarija.


Con la ayuda del Comité Judío Americano para la Distribución Conjunta, con sede en los Estados Unidos, Hochschild creó instalaciones para los inmigrantes, muchos de los cuales posteriormente cruzaron ilegalmente por las fronteras porosas de Bolivia a países vecinos, especialmente Argentina.


Después que la Alemania nazi y sus colaboradores del Eje empezaron a llevar a cabo el asesinato masivo de los judíos europeos en 1941, algunos gobiernos latinoamericanos expidieron pasaportes, visas, y documentos de ciudadanía a través de sus legaciones europeas. Estos documentos jugaron un papel importante en el rescate de judíos, aunque muchos nunca llegaron a los países que expidieron los documentos. Sin embargo, estos documentos a menudo les permitieron empezar su viaje a un lugar seguro. Empezando en 1942, El Salvador expidió hasta 20.000 pasaportes disponibles a judíos bajo ocupación nazi a través su Cónsul General en Ginebra, José Arturo Castellanos. Estos pasaportes fueron especialmente útiles para salvar vidas en Budapest en 1941, cuando los judíos húngaros eran la última comunidad judía intacta en la Europa ocupada.


Latinoamérica era un destino importante para muchos sobrevivientes del Holocausto. Más de 20.000 refugiados judíos inmigraron a la región entre 1947 y 1953. Su destino primario era Argentina, que vino a ser el hogar de por lo menos 4.800 sobrevivientes del holocausto. Otros se asentaron en Brasil, Paraguay, Uruguay, Argentina, Panamá y Costa Rica, entre otros países.



Comments


bottom of page