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A 40 años de aquel fatídico 24 de marzo de 1976


La Operación Aries puso en marcha durante la madrugada de aquel otoñal 24 de marzo de 1976 un Golpe de Estado cívico-militar liderado por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Ramón Agosti, cuya primera medida fue la deposición y detención de la presidente constitucional de la Nación, María Estela Martínez de Perón, “Isabelita”. La Junta Militar formada de facto le dio el eufemístico nombre oficial de “Proceso de Reorganización Nacional” y se mantuvo en el poder hasta diciembre de 1983 que dio paso a un nuevo proceso democrático.


Los preparativos del golpe de estado se hicieron con mucha antelación. De hecho, en octubre de1974 ya se empezaron a “oír ruido de sables”, pero no se le dio la importancia que se debía. Un año antes de materializarse el alzamiento militar, el Departamento de Estado de los Estados Unidos dirigido por su Secretario Henry Kissinger, ya conocía los detalles del mismo a través de la CIA que estaba poniendo en marcha el Plan Cóndor. Es posible que incluso la cúpula dirigente de la organización terrorista-guerrillera Montoneros, también estuviera enterada de su inminente ejecución pues Mario Eduardo Firmenich, el entonces jefe de la organización, dijo sobre ello: “No hicimos nada por impedirlo porque, en suma, también el golpe formaba parte de la lucha interna en el movimiento Peronista”.


El preludio del golpe


El Presidente electo, General Juan Domingo Perón falleció el 1º de julio de 1974 siendo sucedido por su viuda, la Vicepresidente María Estela Martínez de Perón, que no logró contener la cada vez más deteriorada situación política y social del país.


Para entonces, la Argentina era el único país del Cono Sur que mantenía un régimen democrático, en tanto que todos los países vecinos estaban gobernados por dictaduras militares (Hugo Banzer en Bolivia, Ernesto Geisel en Brasil, Augusto Pinochet en Chile, Alfredo Stroessner en Paraguay y Juan María Bordaberry en Uruguay), sostenidas por los Estados Unidos en el contexto de la Doctrina de seguridad nacional. Aunque la represión política comenzó antes del golpe -la llamada “Guerra Sucia” con el Operativo Independencia, ésta se extendió e intensificó durante la dictadura de Videla, resultando en las desapariciones forzadas un número de víctimas cifrado entre 30 000 y 45 000.


Con el inicio, el 5 de febrero de 1975, del Operativo Independencia, se dio paso a una intervención militar autorizada por el Decreto Nº262/757 del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, al Ejército Argentino y la Fuerza Aérea Argentina en Tucumán para aniquilar el accionar de la Compañía Ramón Rosa Jiménez del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y de los Montoneros enviados a apoyarlos, que buscaban crear un «foco revolucionario» en el monte tucumano. Pero lejos de tratarse de un enfrentamiento exclusivamente militar contra la guerrilla ubicada en el monte, el combate se libraba esencialmente en el plano cultural, contra las ideas y valores de universitarios, artistas, intelectuales, científicos, religiosos, profesionales ubicados en la ciudad de San Miguel de Tucumán.


El 18 de diciembre, el sector ultranacionalista de la Fuerza Aérea se sublevó y llevó a cabo un fallido intento de golpe de Estado, con el objetivo de derrocar a Isabelita Perón. Un número de aviones despegaron de la base aérea de Morón y ametrallaron la Casa Rosada. La rebelión sólo pudo ser detenida el día 22. Sin embargo, el Ejército tuvo éxito en desplazar al comandante de la Fuerza Aérea, Héctor Fautario, último oficial leal a la presidenta y receptor de duras críticas desde el Ejército y la Marina por su vehemente oposición a sus planes represivos, y por no movilizar a la fuerza aérea contra la guerrilla en Tucumán. Crucialmente, él era el último obstáculo de Videla en el camino hacia el poder.


Videla pasó la nochebuena en Tucumán, en donde, además de arengar a las fuerzas desplegadas, impuso un ultimátum de 90 días al gobierno de Isabel para que “ordenara” el país.


Hacia los primeros meses de 1976, el destino de Argentina estaba sellado. El frente guerrillero del ERP en Tucumán estaba prácticamente diezmado, y los refuerzos de Montoneros enviados también habían sido derrotados. Por su parte, las Fuerzas Armadas -que gozaban del total apoyo por parte de Estados Unidos y la oligarquía local- esperaban el momento oportuno para derrocar al gobierno.


El golpe de 1976 fue el último, pero no el único. Desde 1930, el país había sufrido sucesivas interrupciones del régimen democrático. La supresión de los gobiernos elegidos por el pueblo, la represión de los conflictos que surgían entre distintos sectores sociales y la apelación a la violencia habían sido, lamentablemente, bastante frecuentes desde esa fecha. Sin embargo, la dictadura que se inició en 1976 tuvo características inéditas, recibiendo el nombre de terrorismo de Estado.


La madrugada de aquel fatídico día 24 de marzo


Poco antes de la 01:00 de la mañana, la presidenta Isabel fue detenida en aeroparque y llevada en helicóptero a la residencia de El Messidor. A las 03:10, fueron ocupadas todas las estaciones de televisión y radio; se cortó la programación regular y se emitió el primer comunicado:


Comunicado número uno de la Junta de Comandantes Generales:

Se comunica a la población que a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.

Firmado: Teniente General Jorge Rafael Videla, Almirante Emilio Eduardo Massera y Brigadier Orlando Ramón Agosti.


Se implementaron el estado de sitio y la ley marcial, y se estableció el patrullaje militar en todas las grandes ciudades. Durante ese primer día, cientos de trabajadores, sindicalistas, estudiantes y militantes políticos fueron secuestrados de sus hogares, lugares de trabajo o en la calle.


De este modo destituyeron a los gobernadores de las provincias, disolvieron el Congreso Nacional y las Legislaturas Provinciales, removieron a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y anularon las actividades gremiales como así también la de los partidos políticos. En suma clausuraron las instituciones fundamentales de la vida democrática. La Constitución Nacional –es decir, la ley de leyes de la República Argentina–, dejó de regir la vida política del país y los ciudadanos quedaron subordinados a las normas establecidas por los militares.


Posterioridad


El golpe de 1976 marcó un punto de inflexión en la historia argentina, no sólo por la atrocidad de los crímenes cometidos por el Estado, sino por la implantación de un modelo económico de exclusión de vastos sectores de la población y el quiebre de lazos políticos, sociales y culturales, con consecuencias que aún hoy resultan difíciles de revertir.


Con el advenimiento de la democracia volvió la esperanza al pueblo que se ilusionó con el anuncio del juicio a las Juntas Militares que tanto dolor y sufrimiento les había hecho padecer. Pero la decepción no tardo en adueñarse de sus corazones. Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de Raúl Alfonsín y los indultos de su sucesor en la Presidencia de la Nación, Carlos Saúl Menem dieron por tierra los sueños de la justicia que esperaba una gran parte del pueblo argentino.


Otro fracaso que tuvieron que sufrir fue al dase cuenta que el plan económico impuesto por la dictadura no había llegado a su fin y se mantuvo hasta la década de los ’90. El apoyo popular al plan económico de la dictadura fue fácil de conseguir. Ante la liberalización financiera, la desregulación laboral, el congelamiento de los salarios y el endeudamiento externo no deberían hallarse ningún atisbo de oposición. El ideólogo del nefasto plan de destrucción económico-financiera de Argentina fue el destacado alumno de la Escuela de Chicago, el neoliberal José Alfredo Martínez de Hoz, ya fallecido. Todo este proceso económico trajo gravísimas consecuencias que culminaron con la crisis de 2001 de tan infausto recuerdo.




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